LA PATRIA GRANDE









Niños chilenos bailando cueca

Créditos: Mabel Flores

No conozco nada espiritualmente más edificante que la canción ''Alturas'' de Horacio Salinas (1973) interpretada por el grupo chileno Inti-Illimani, ''Sol del Illimani'', del nombre del imponente pico nevado de Bolivia que toca el cielo de los Andes con sus 6 kms y medio de altura, porque uno de los fundadores del grupo, Eulogio Dávalos, era de origen boliviano.

Lo edificante aquí no es solo el impacto místico que infunden las referencias musicales a las sagradas cumbres andinas, sino esa energía espiritual inexplicable que comunican las notas de una zampoña, de un bombo, de un charango. Cuando sintonizo con ellos mi Patria es Bolivia, es Chile, porque el patriotismo es un estado de ánimo fraterno, una comunión genuina con el alma de un pueblo y con el alma de su tierra.

El alma profunda de Iberoamérica

En realidad sí hay una explicación. La quena es un instrumento tan antiguo, que se lo ha encontrado en las cuevas paleolíticas de Siberia. La zampoña o flauta de Pan, se llama así porque también fue conocida en la antigua Grecia, y en el mismo siglo que en Perú: esta es solo una de las inquietantes coincidencias entre los griegos de Europa y los griegos de América. El bombo evolucionó a partir del davul turco; y el charango indohispano, emparentado con el ukelele polinesio, desciende directamente de las vihuelas y mandolinas que españoles y portugueses introdujeron en el siglo XVI en ambas regiones del mundo. La guitarra, de origen greco-romano y morisco, que siempre acompaña a los demás instrumentos, también se conoció en la India.

Se diría que todas las geografías, culturas, y épocas históricas de la humanidad se han dado cita en América. Pero hay más. Porque cuando esta música universal viaja de regreso al Viejo Mundo, es para enaltecer todo lo que alcanza. No hay nada que religue más a Dios que la ''Misa Criolla'' del argentino Ariel Ramírez, compuesta en 1964, al calor del Concilio Vaticano II, que reformó la liturgia, e interpretada, en el año del Bicentenario del glorioso Mayo argentino, en el Duomo de Milán. Allí el yaravi indio del ''Gloria'' parece que eleva todavía más, si cabe, las agujas de la catedral gótica. Cuando sintonizo con la música de Ariel Ramírez, o con la Revolución de Mayo, mi Patria es la Argentina. Y cuando el alma de Argentina viaja a Milán, y el solista del ''Gloria'' es José Carreras, mi Patria es Italia, es España.

El alma de Iberoamérica es profunda, porque emana del alma del indio, al que el hispano convirtió, y al mismo tiempo idealizó y santificó como mejor preparado para recibir el Evangelio que él mismo. Y a la vez lo combatió. Pero más allá de esta experiencia, en las culturas indoamericanas hubo y hay valores únicos que hacen de América Latina, humanamente hablando, el continente de la esperanza, justamente porque es el continente del mestizaje.

En Iberoamérica no hay ''nacionalismo''; hay patriotismo

Toda esta riqueza espiritual es ignorada, ridiculizada y reducida en ocasiones a caricatura. Y así vemos con harta frecuencia cómo se reduce el alma iberoamericana a dos tópicos y estereotipos: ''nacionalismo'' y ''populismo''. Quienes los usan como arma arrojadiza para estigmatizar a ciertos países y grupos de países, cuando no al continente entero, jamás han sabido definirlos, ni analizarlos, ni historiarlos. No hay aquí espacio para referirme a los dos tópicos, así que voy a dedicarme al primero.

En América Latina no existen los ''nacionalismos'' tal como se los conoce en Europa, es decir, con la carga étnica que caracteriza a estos por influencia del nacionalismo germánico de la segunda mitad del siglo XIX, y que degeneró luego en chauvinismo, racismo, xenofobia y colonialismo. En Nuestra América el concepto clave no es ''nacionalismo'', sino patriotismo. Patria no es lo mismo que Estado nacionalista o ''Nación'' pensada en esa clave. En América Latina lo étnico no tiene sentido más que como evidencia de mestizaje, de singularización histórica, de universalismo, o de creatividad cultural.

Para encontrar documentos históricos que reivindiquen la Patria, no es necesario, en Iberoamérica, ir a fechas posteriores a la Independencia. Los encontramos ya entre los Comuneros de 1750, es decir, décadas antes que en Francia se compusiera la ''Marsellesa''. Es un antiguo concepto hispano y latino. Al igual que ''nación'' -en español-, no significa otra cosa más que la tierra querida en que uno nació o que nacieron nuestros padres.

Patria, Matria, y Madre Patria

Pero la idea aquí es que la tierra es la madre -habría que decir Matria, más que Patria, o como dicen algunos, ''Madre Patria''- y no una determinada estirpe o raza. Ahí es donde aparece la influencia del indio. La tierra no pertenece al pueblo: el pueblo pertenece a la tierra. El que nace en América es americano, sin importar de qué estirpe viene. Es una antigua idea hispanoindia.

Es lo que el Imperio británico nunca entenderá de las Islas Malvinas, a las que solo quiere como base militar. Hay allí un militar británico por cada isleño nativo a los que priva de identidad americana; a los que tampoco les ha reconocido, en sus doscientos años de soledad, identidad británica plena, y en consecuencia, una historia propia. Imperio que no se da por aludido mientras repite siempre el mismo estribillo absurdo, como si fuera posible la autodeterminación de los pueblos en un territorio no autónomo y con nativos que no son ciudadanos británicos, sino ''connacionales''. ¿Quousque tandem abutere, Hague, patientia nostra?

Porque aquí, en Iberoamérica, la Patria es una construcción política propia, independiente: la realización histórica de un pueblo como pueblo libre, autodeterminado. Más todavía: es una Promesa de justicia, de fraternidad, de regeneración social, como en la Yvy Mara' Y de los guaraníes.

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